La performance y la videoperformance se sitúan en el umbral entre arte, ritual y acción política. El cuerpo se convierte en herramienta esencial, un territorio vivo que se expone a la mirada, al espacio y al tiempo para revelar aquello que las palabras no alcanzan a nombrar. En este campo de acción, lo efímero adquiere densidad simbólica: cada gesto, cada interacción, deviene un lenguaje cargado de memoria y de resonancia colectiva.
El arte de acción, entendido como dispositivo democrático, atraviesa la realidad cotidiana y la expande. La performance se despliega como un espacio donde lo íntimo se entrelaza con lo común, un terreno en el que las experiencias personales se abren como reflejo de lo social y lo político. La acción invoca la potencia del rito: a través del cuerpo, completa, resignifica y reordena vivencias que emergen de la historia, la identidad y la comunidad.
En este contexto, la videoperformance no se limita a documentar, sino que actúa como extensión poética de la acción. La cámara opera como testigo y cómplice, capturando la vibración de lo efímero y expandiéndolo en nuevas capas de sentido. La imagen en movimiento prolonga la vida del gesto y lo transforma en memoria encarnada.
La práctica performática se revela, así, como un acto de apertura: un lugar donde la fragilidad se manifiesta como fuerza, donde el silencio adquiere cuerpo y donde lo invisible se vuelve presencia. Entre lo político y lo poético, entre lo íntimo y lo colectivo, la acción artística se despliega como puente, umbral e invocación a lo vivo.